ANTE LA AVALANCHA DE LECTORES Y DE MENSAJES RECIBIDOS, PRESENTO UN FRAGMENTO DEL LIBRO LA MAFIA CANTON ZETINA: CAPOS DE PAPEL.
Árbol que crece torcido…
Desarrollado en un ambiente de corrupción, Miguel Cantón Zetina alias El Chino, en menos de dos décadas logró convertirse en un magnate del periodismo en el sureste mexicano y con la enorme fortuna amasada en ese corto tiempo, pudo diversificar sus inversiones hacia sectores como el de las comunicaciones, los bienes raíces, los deportes y la hotelería.
Debido a su sorprendente enriquecimiento, adicciones y sus compadrazgos, es constantemente acusado de evadir impuestos, lavar dinero y traficar con narcóticos y armas.
Pese a que ha salido impune “de los ataques de sus enemigos para dañar su honorabilidad”, su poderío menguante ya no le alcanza para impedir que, en los últimos años, la sola mención de su nombre en algún negocio, empresa o movimiento bancario, detone las alertas de la Secretaría de Hacienda, del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), de la Procuraduría General de la República (PGR) y de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA).
No obstante, junto a compadres, amigos y socios, construyó hacia fines de los años 80s’ y principios de los 90s’, una organización delictiva que se infiltró en el gobierno de Tabasco y en las instituciones encargadas de combatir el crimen.
Las cabezas más visibles de esta mafia tabasqueña son: Miguel Cantón Zetina; el ex director de Seguridad Pública y ex subsecretario de Seguridad y Readaptación Social, Hernán Bermúdez Requena; el ex Procurador de Justicia del Estado y ex secretario de Gobierno, Jaime Lastra Bastar; el Notario Público Narciso Oropeza Andrade; el empresario Manuel Felipe Ordóñez Galán; el periodista Mario Ibarra Lizárraga; el capo de las drogas, Juan Arellano Jaimes; el ex comandante de la Policía Federal de Caminos, Reynaldo Ascencio Cavazos; el ex director de Tránsito del Estado, Jaime Echeverría Gómez; y el restaurantero Gustavo Falcón Pérez.
De acuerdo a informes periodísticos, esta pandilla opera extendiendo sus tentáculos hacia varios frentes: brinda protección a traficantes de armas y narcóticos desde el gobierno tabasqueño y con los medios de comunicación (prensa y radio) propiedad de Miguel Cantón, desvía la atención de la opinión pública cuando se requiere.
Al Chino Cantón y su banda, se le ha podido comprobar nexos con la organización de los desaparecidos hermanos Acosta Lagunes; con el cártel de Sinaloa del Chapo Guzmán; con el cártel del Golfo de Ezequiel Cárdenas Guillén; y con el de Juárez, desde los tiempos del extinto Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos, y ahora de Vicente Carrillo Fuentes y su sobrino Vicente Carrillo Leyva; esa estrategia es para muchos, la clave de su éxito: servirles a todos y no confrontarse con ninguno, sin embargo, hay una piedra en su zapato: los temibles y sanguinarios Zetas, que le enviaron al diario Tabasco Hoy, una cabeza cercenada de un pobre individuo que fue sacrificado, se dijo, por delatar la ubicación de una de sus casas de seguridad en la zona conurbada de Villahermosa.
Ego y búsqueda de prestigio social
La mayoría de los miembros de esta mafia se ha manejado con extrema discreción, no así el Chino Miguel Cantón, ya que su ego lo imposibilita para controlar su irrefrenable ambición de riquezas, poder y ostentación, conducta que lo pone en evidencia. Quiere a toda costa tener prestigio social y ascender a la escala del jet-set, pero sus orígenes y sus nexos con personajes ligados al narco dan al traste con sus aspiraciones.
Ejemplo de su comportamiento es la relación que tuvo con el ex gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva Madrid, El Chueco, a quien hizo su compadre y le dedicó extensas páginas del diario Tabasco Hoy, con motivo de las constantes visitas que el ahora reo le hizo. En una de sus últimas visitas, realizada en octubre de 1998, Cantón publicó una imagen de ambos, él chorreando el orgullo, en cuyo pie de foto mandó a poner: “MARIO VILLANUEVA y Miguel Cantón Zetina, dos jóvenes impulsores de la política y el periodismo, respectivamente”.
Como no da golpe sin huarache, vio en esta relación la oportunidad única de hacer negocios en la zona turística caribeña, la Riviera Maya. De hecho convenció a Villanueva a invertir en el periodiquillo: Que todo Quintana Roo lo sepa, un título extravagante para dar a conocer la obra de gobierno, donde ganó jugosos embutes.
Con Villanueva comenzó a relacionarse con los grandes capos del narcotráfico internacional, en el hotel Casa Maya de Cancún, conoció a Alcides Ramón Magaña, El Metro, cabeza en Tabasco del cártel de Juárez del extinto Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos, a quien Villanueva daba protección para el trasiego de la droga a los Estados Unidos, como se ha comprobado en los expedientes penales que mantienen a ambos personajes en la cárcel.
Aprehenden al Chueco Villanueva
El 24 de mayo de 2001, en Cancún, el gobernador Villanueva fue aprehendido por la policía investigadora de la Procuraduría General de la República (PGR) en Quintana Roo. Miguel Cantón temeroso de ser investigado ordenó que destacaran en Tabasco Hoy, donde lo habían recibido con bombos y platillos, la nota de la caída de su compadre El Chueco, para desviar cualquier sospecha.
Quizá el remordimiento por su actitud fue lo que hizo que siete años después, en 2008, se decidiera a salir a la luz pública otra vez aliado con la familia del ex gobernador Villanueva al apoyar en Cancún la campaña de su hijo Carlos Mario Villanueva Tenorio, quien fue postulado por el PRI a una diputación local, a quien aportó 2 millones de dólares y en quien ve, para sus intereses, “a un prospecto de gobernador”.
Línea de investigación oficial
Mientras la PGR investigaba quiénes se reunían con Villanueva, en mayo de 2002, la detención de José Albino Quintero Meraz, Don Beto, que era uno de los más importantes capos mexicanos de la droga, facilitó esa línea de investigación. Don Beto, proporcionó a la PGR detalles de la protección que recibían del gobierno de Quintana Roo, y los nombres de quienes se reunían con El Chueco. En esa lista estaba el “periodista” Miguel Cantón Zetina.
“Conocí a Mario Villanueva por conducto de Alcides Magaña Ramón, El Metro, en 1997. Me lo presentó en el segundo piso del hotel Casa Maya de Cancún, en una habitación de Óscar Benjamín García, El Rambo, ex subdelegado de la PGR y subdirector de la policía estatal de Quintana Roo (…) En esa ocasión estuvimos El Metro, el señor Villanueva, el director de la policía judicial de apellido Marín Carrillo y yo. (…) Días antes, El Metro, me dijo que le iba a dar dinero al señor gobernador para que no nos molestara y permitieran al cártel de Juárez recibir sin ningún problema los cargamentos de cocaína procedentes de Colombia (…) Volví a ver al gobernador tres meses después en la misma habitación, platicamos Óscar Benjamín, Mario Villanueva y yo, tomamos cerveza y recuerdo que se comentó que iban a llevarle unas muchachas al gobernador; el ofrecimiento lo hizo El Metro (…) En esos días El Metro, me pidió una fotografía y fotos de Rubén Félix, Miguel González y Antonio Valdés, mi cuñado que en realidad se llamaba Álvaro Muñoz, dijo que las fotos eran para que Mario Villanueva nos proporcionara credenciales de la policía judicial del estado, a mí nunca me la entregaron (…) Estaba tan encabronado con él, que cuando me presentó a un periodista de apellido Cantón Zetina, ni la mano le di, estábamos en el lobby del hotel Casa Maya, luego todos subieron a la habitación del segundo piso y yo me retiré”.
Cantón, investigado por la PGR
El 22 de abril de 2002, de acuerdo al oficio 893, del expediente A.C. 220/2002-1, el licenciado Juan Gilberto Sánchez Gómez, agente del Ministerio Público Federal, titular de la Agencia Primera de Investigadora, giró instrucciones al Jefe Regional de la Agencia Federal de Investigaciones, para que se investigara a los “C.C. Ponciano Vázquez Lagunes, Miguel Cantón Zetina, Hernán Bermúdez Requena y Juan Arellano Jaimes, a quienes se vincula con hechos de narcotráfico”.
Para darse una idea de la importancia que le daban las autoridades al tema y la seriedad de esa lista, hay que decir que Miguel Cantón y su compadre Hernán Bermúdez Requena compartían sospecha con Juan Arellano, un narco que ya había sido detenido en 2001 por tratar de viajar de Villahermosa al DF con un cargamento de casi 75 kilogramos de cocaína.
Para el año en que se envió la notificación a las altas esferas de la PGR, la revista Dia Siete (edición del 14 de marzo) consideraba a Arellano Jaimes como el jefe de las drogas en la región:
“El narcotráfico en Tabasco estrena capo. Con la detención de Benjamín Arellano tras el ajusticiamiento de su hermano Ramón en Mazatlán, Sinaloa, el asesinato de don Jesús Chuy Zepeda Murillo y los reacomodos que realizan los cárteles que operan en Tijuana, el Golfo y Ciudad Juárez, colocaron a Juan Arellano Jaime como el nuevo capo en Tabasco”.
La reacción del clan Cantón
Encargado de la investigación, el segundo comandante de la AFI, Ángel Medina Ávalos, fue sorprendido cuando tomaba unas placas fotográficas del edificio del Tabasco Hoy, por dos agentes de la Policía Judicial del Estado, quienes montaban guardia a la entrada de las instalaciones periodísticas por el control que sobre las corporaciones policíacas ejercía el clan vía Hernán Bermúdez, con la complacencia del procurador Ángel Mario Balcázar.
Fue agredido y despojado de un radio de comunicación portátil y una cámara fotográfica, en los momentos que realizaba la investigación asignada, relacionada precisamente con el Acta Circunstanciada 220/2002-1.
Medina Ávalos acudió ante el agente del Ministerio Público Federal, Raúl Díaz Blasco, quien abrió la Averiguación Previa 94/2002 por esos hechos.
En su declaración, señaló que los judiciales del estado, Guadalupe Vicente López y otro de nombre Marco Antonio, como los autores de la agresión física y el despojo de sus herramientas de trabajo.
Indicó que los “guaruras” de Miguel Cantón Zetina, le dijeron que para recuperar sus cosas tenía que hablar con don Miguel y explicar los motivos por los que estaba tomando fotografías.
El comandante de la AFI aceptó la invitación, permitiéndosele pasar a las instalaciones del diario, ya lo esperaba el director editorial, Héctor Tapia Martínez de Escobar (El cobrador de la mafia, le dicen) quien lo recibió en forma prepotente, mostrándole el equipo despojado y diciéndole que estaba prohibido tomar fotos ahí. Los reporteros gráficos a su servicio bajaron y le tomaron fotos a él.
Tendida la trampa, el licenciado Pedro Gutiérrez Cantón, presentó una demanda contra Medina Ávalos, acusándolo de amenazas, intimidación y allanamiento de las instalaciones del Tabasco Hoy, la que quedó asentada en el folio C-III-1139/2002.
Al día siguiente los hechos aparecieron como la nota principal en portada del mencionado diario, fotografías del agente y del equipo que le fue decomisado.
Argumentaron que la delegación de la PGR en Tabasco, a cargo de Fernando Ruíz García, había montado una campaña de intimidación y desprestigio en contra de la dirección general del diario.
La contraofensiva de Cantón no se detuvo ahí, solicitaron audiencia con el procurador general de la República, general Rafael Macedo de la Concha, para exponerle el caso y pedir la remoción del delegado en Tabasco.
Desde la capital del país fue enviado a Villahermosa, el subprocurador de Procedimientos Penales “B” de la PGR, Carlos Javier Vega Memije, para acabar con la guerra de papel contra la PGR que tenía el Tabasco Hoy.
Vega Memije llegó hasta las oficinas del Chino Cantón, para tomarse la foto con él, las que aparecieron al día siguiente en portada y una nota donde se decía quedaba demostrado que no había investigación en su contra y que todo era parte de una campaña de desprestigio de sus enemigos, que pretendían “acabar con el diario de mayor circulación y credibilidad en el estado de Tabasco”. En realidad, lo que hizo Miguel Cantón fue entregarle al funcionario una carpeta con fotografías y ubicación de todas las narcotienditas existentes en Villahermosa, Cárdenas y Comalcalco, que protegían los agentes federales. Su publicación, le advirtió al funcionario de la PGR, sería un escándalo nacional y un duro golpe a la credibilidad de la lucha gubernamental contra el narcotráfico.
Por su parte, el delegado Fernando Ruíz García, dio una conferencia de prensa donde los reporteros de Cantón insistieron en preguntarle si había alguna investigación en contra del director general del diario y de su compadre Hernán Bermúdez Requena, quien se encontraba ahí presente. El delegado de la PGR, evasivo primero, tuvo que aceptar ante las presiones de los reporteros que no había nada. Poco después, Ruíz García fue relevado de su cargo.
Años después, en 2007, justo en el momento en que el crimen organizado realizaba su más fuerte embestida en contra de las autoridades federales y estatales, con ajusticiamiento de gente ligada al narco, secuestros y asesinato de policías, el entonces delegado de la PGR en Tabasco, César Romero Valenzuela, confirmó en una entrevista radiofónica con el periodista José del Carmen Chablé, que la investigación seguía abierta y lo más revelador, que se trabaja en ella.
“En efecto, el dato respecto al oficio pues se dio en su oportunidad; hablamos del 2001, 2002, por esa época. (…) El resultado de esa investigación (…) es parte de esa averiguación, que se mantiene en secrecía”, dijo el funcionario.
Chablé Ruiz, con cierto asombro, pero con el olfato periodístico que le es habitual, insistió ese martes 29 de mayo: ¿O sea que no ha concluido la investigación…? a lo que Romero Valenzuela respondió: “Estamos todavía…o sea, esa averiguación se lleva por un agente del Ministerio Público, el cual mantiene su reserva y no puedo, el delegado (de la PGR) no puede incidir en la información porque sus funciones son muy diferentes”.
Chantaje y lavado de dinero
Periodistas locales y la opinión pública de Tabasco, no tienen dudas de que sólo ejerciendo un periodismo mercenario, chantajes, traiciones y servir al narco en el lavado de dinero, pudo Miguel Cantón amasar en 15 años, una enorme fortuna.
Además de sus periódicos Tabasco Hoy, El Criollo, y Carmen Hoy, (éste último creado para consolidar su industria del chantaje en contra de Pemex y compañías contratistas que trabajan con la paraestatal en esa zona petrolera) es también propietario de lujosas residencias en varias partes del país, de terrenos en Cancún y del suntuoso hotel “Quinta Real”, ubicado en la zona hotelera de Tabasco 2000; tiene además, un departamento en una exclusiva zona residencial de Miami, ranchos y terrenos urbanos, un jet y un yate, así como tres estaciones radiofónicas.
Los diarios y las estaciones radiofónicas, le han servido a Cantón para enviar o reproducir mensajes del narco, como se recuerda en el caso del general Francisco Fernández Solís, de quien los medios de la mafia estuvieron pronosticando durante varias semanas su salida, responsabilizándolo de que por su presencia en la Secretaría de Seguridad Pública era el causante de los asesinatos de policías a manos de la delincuencia organizada, hasta que el militar tuvo que irse tras un atentado en el que resultó muerto su chofer.
Confirma cuñado prácticas ilícitas
Su cuñado, director del Diario Tabasco al Día, Rafael Martínez de Escobar Llera, Tito Cotorra, quien lo ayudó cuando regresó de la ciudad de México “con una mano atrás y otra por delante”, en ocasión de un altercado motivado por los ataques del Tabasco Hoy al ex gobernador Roberto Madrazo Pintado, y al candidato priísta a la gubernatura, Manuel Andrade Díaz, en su columna La Mano Negra, publicada el 11 de julio de 2000, acusa a los hermanos Cantón Zetina de ser lavadores de dinero y narcotraficantes y amenazó con seguir publicando todas las cosas sucias que les sabe.
Luego de que el Ratón Miguelito, así lo llaman familiares y allegados, mandara a su compadre y socio Hernán Bermúdez Requena, para calmarlo y llegar a un arreglo, pudo controlar la furia de La Cotorra; mientras tanto, ordenó a sus personeros ir a las hemerotecas locales para sustraer esa edición del Tabasco al Día para que no quedaran huellas de la acusación.
El consentido de Madrazo
Los periódicos más favorecidos durante el gobierno de Roberto Madrazo, fueron el Tabasco Hoy, Novedades de Tabasco, Presente, El Sureste (ya desapareció, era propiedad de Gonzalo Quintana, un socio de Carlos Cabal Peniche) y Avance, que se llevaron en los primeros cinco meses de 1999 más de 22 de los 38 millones de pesos que originalmente se habían destinado para Comunicación Social.
En ese período Tabasco Hoy, facturó al gobierno madracista, 8 millones 73 mil 213 pesos, más de un millón y medio de pesos mensuales; adicionalmente, Miguel Cantón Zetina, cobró otros 920 mil pesos por su revista Quehacer Político, que tenía asignado un apoyo mensual de 230 mil pesos.
Bautizadas por el corresponsal de Proceso, Armando Guzmán, como “Empresa Paraestatal Cantón Zetina”, el periódico Tabasco Hoy, y las revistas Quehacer Político, Cómo, Huellas, y Semanario Lunes, cobraron juntas en esos cinco meses, 10 millones 959 mil pesos. ¿Cuánto cobraron en los seis años de gobierno madracista?.
El pleito con Andrade, por dinero
El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TRIFE) decidió anular las elecciones para gobernador en 2000, debido a los resultados empatados y otra serie de violaciones a la Ley Electoral, por parte del candidato priísta Manuel Andrade Díaz. El Congreso en una maniobra sorprendente designó gobernador interino a Enrique Priego Oropeza, quien convocó a los partidos a nuevas elecciones.
Esa era la oportunidad que esperaba el clan Cantón, para que Óscar fuera el candidato priísta, pero Manuel Andrade no dejaría que se la quitaran tan fácilmente.
A mediados de 2001, Miguel Cantón Zetina, envió una carta (escrita por Óscar) a la dirigente nacional del PRI, Dulce María Sauri Riancho, donde le manifestaba su inconformidad debido a que Manuel Andrade “lleva un paso adelante sobre cualquier priísta, ya que fue presidente del CDE del PRI hasta el 24 de marzo” de ese año.
No hubo respuesta, el clan Cantón se quedó a la espera y Andrade repitió. Culparon entonces al ex gobernador Roberto Madrazo Pintado, e iniciaron una campaña en contra de ambos. En realidad, el distanciamiento fue por algo más simple que todo lo que se podía apreciar por encima: dinero. Una campaña como la del PRI, era un jugoso botín. Miguel se relamía los labios pensando en la imagen de Adán Augusto Chabelón López Hernández, entonces coordinador de la campaña andradista y hoy flamante diputado del PRD, repartiendo el dinero a manos llenas a los periodistas.
A todo le entran con chantajes
Para el 2004 las cosas habían cambiado. Con los jugosos embutes que recibía del gobierno de Tabasco desde 12 años atrás, compró la franquicia del equipo de fútbol de segunda división, Lagartos de Tabasco, equipo que inicialmente era propiedad de los hermanos Saint Martin, unos capos de la “industria de la remediación ecológica” en Pemex.
Los hermanos Saint Martin fueron objeto de una descarnada campaña en Tabasco Hoy y en otros medios, propiedad de Miguel Cantón y hermanos. Se les acusó de generar una red de corrupción en la empresa paraestatal, comprando contratos millonarios y pagando altas comisiones a funcionarios corruptos. De igual forma, se les echó encima a comunidades enteras cercanas a sus instalaciones, con el cuento de que sus procedimientos para tratar residuos o “recortes” de la industria petrolera eran una amenaza para el medio ambiente y para la salud de las familias que vivían en los alrededores.
El golpeteo constante se mantuvo hasta que los empresarios comenzaron a soltar dinero en publicidad y luego, cuando terminaron por aceptar a Miguel como socio en el club de fútbol.
En el ínter, los Cantón se dieron cuenta de una cosa: la facilidad con la que funcionarios de Pemex y contratistas ceden al chantaje. Por eso, escucharon a su entonces operador de lujo, Mario Ibarra --un columnista que había sido cargamaletas del periodista Abiud Pérez Olán cuando éste era subdirector del vespertino Abc-- y decidieron entrar con todo a la competencia de concursos en Pemex a través de la empresa “Constructora Acuario”.
Sin mayor experiencia en el ramo, lo que utilizaron entonces fue su arma predilecta: el escándalo mediático y el chantaje, lo que les valió que tan solo en junio de 2005 se llevaran dos contratos por más de 40 millones de pesos en Pemex Exploración y Producción (PEP).
Unos lagartos en el deporte
En su faceta como “impulsor del deporte” a base de chantajes, para variar, Miguel recibió apoyo millonario del gobierno encabezado por Manuel Andrade Díaz, quien además les cedió el estadio olímpico de Villahermosa.
Por intermediación del político del clan, Óscar Cantón, el mandatario tabasqueño aceptó recibir en la residencia oficial Quinta Grijalva, a directivos y jugadores del club, que agradecieron el apoyo recibido.
La Verdad del Sureste publicó a ocho columnas en su edición del 26 de enero del 2004, que “Andrade cede al chantaje de Miguel Cantón Zetina”. En el matutino se ampliaba la información (página 23): “El llamado gobierno de las Soluciones cedió finalmente a los chantajes de Miguel Cantón Zetina y con dinero de los tabasqueños financiará al equipo de primera división “A” Lagartos de Tabasco, propiedad del dueño del Tabasco Hoy, cuando en el estado hay otros asuntos más prioritarios que requieren urgente atención”.
Agregaba la nota: “No solo Cantón Zetina consiguió obtener financiamiento público para su escuadra, sino que convirtió a Manuel Andrade Díaz en el primer hincha de los Lagartos que inesperadamente, tuvieron un pésimo debut en casa pues cayeron derrotados en el Olímpico por tres goles a dos ante el Inter Riviera Maya (…) cuando todo mundo esperaba un triunfo”.
Y es que Andrade Díaz aceptó enfundarse en una camiseta de los Lagartos, y posó al lado del propietario del club para la foto, y como siempre, al día siguiente amaneció en la portada del cuestionado rotativo.
La oficina de prensa del gobierno estatal divulgó parte del mensaje del mandatario en el encuentro privado, que fue retomado por el periodista Armando Guzmán en su columna Tumbando Caña. En su intervención, Andrade habría dicho: “(…) Recibirlos aquí tiene una especial significación porque además, uno recibe en su casa a quienes son sus amigos, a quien se tiene el deseo de consolidar una relación, a quienes se les tiene aprecio y sobre todo, a quienes se valora y se estima”.
Más adelante, el entonces gobernador tocaba el tema que le interesaba a Cantón: “La dificultad que nosotros hemos tenido es cómo lograr canalizar mayores apoyos del gobierno sin que tengamos problemas de carácter legal en la comprobación de nuestras cuentas (…). Ya encontramos un mecanismo para poder apoyar al equipo, independientemente de lo que ya veníamos haciendo, con la idea de no dejar solo el esfuerzo de don Miguel Cantón”.
El apoyo gubernamental se tradujo no sólo en la cesión del estadio olímpico que era convertido en una gran cantina y un gigantesco basurero que limpiaban empleados estatales los lunes siguientes a los partidos, sino en la compra obligada de boletos que la administración estatal repartía a sus empleados para que fueran a consumir cerveza y a ver perder al equipo “de casa”.
Después de una desastrosa campaña, Cantón se abrió a la idea de vender la franquicia para salir del problema que le generó el cansancio gubernamental de apoyar algo que se había convertido en un barril sin fondo. Oscar Cantón le propuso a Miguel voltear hacia Veracruz, donde gobierna su nuevo mecenas: Fidel Herrera Beltrán.
¿Por qué Fidel? Porque mantiene una relación estrecha con Oscar, de quien fue compañero en el Senado, y porque éste les debía el favor de que durante su campaña electoral, Miguel le había prestado su jet privado.
Antes de llevarse su equipo a otro lado, los adeudos en sueldos que tenía Cantón con los jugadores los cubrió el gobierno de Tabasco vía el secretario particular de Andrade, Carlos Madrazo Cadenas, a quien en pago de los favores, Samuel, el columnista de la familia, le puso el mote (y se lo publica cada vez que puede) del “más mierda” de ese gabinete.
La bancada perredista en el Congreso del estado, acusó al gobernador Manuel Andrade de haber violado la Ley de Fomento al Deporte, que establece que el apoyo gubernamental debe ser destinado a instancias deportivas no profesionales ni privadas. Pero pasado el tiempo, nadie se acordó más del asunto y Lagartos es hoy Tiburones de Coatzacoalcos sin que nadie diga nada.
El hotel Quinta Real Villahermosa
Es el hotel más lujoso ubicado en la capital tabasqueña. Fue inaugurado el 9 de junio de 2006, en una ceremonia a la que asistieron José Antonio Espinosa, presidente del Grupo Quinta Real, y el gobernador de Tabasco, Manuel Andrade Díaz.
El hotel cuenta con 50 suites master, 51 suites gran clase, 3 suites gobernador y una suite presidencial.
Entre la lista de invitados además de Hernán Bermúdez Requena y Jaime Lastra Bastar, a la inauguración del considerado por la crítica como “joya” de la hotelería, estaba el ganadero Ponciano Vázquez Lagunes, un traficante de armas y contrabandista de drogas que no pudo llegar porque fue secuestrado 14 días antes y asesinado un día después, por la disputa del control de las operaciones de descarga de cocaína en la Laguna del Rosario, municipio de Huimanguillo, y por haberse quedado con una tonelada de cocaína propiedad del Chapo. Este personaje era cercano a Miguel por haber aportado 9 millones de dólares al hotel, que después se supo no eran suyos, sino del Chapo Guzmán, quien pidió que se los regresara o lo hiciera accionista del periódico. El asesinato de Ponciano, y los mensajes a los Cantón ese año (un aviso de que iba a haber matanza de policías y la cabeza de un “soplón” en la puerta de su edificio) confirman que el narco exige una definición de la legal propiedad del inmueble.
La inversión estimada en el hotel, es unos 30 millones de dólares.
Otro de los accionistas de Miguel en el Quinta Real es el agradecido Fidel Herrera Beltrán, quien es uno de los financiadores más importantes de los medios de la familia, en una lista en la que se encuentran Marcelo Ebrard, jefe del gobierno del DF, el Gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto y recientemente Gregorio Greg Sánchez, un cantante evangelista que ganó la alcaldía de Cancún (paraíso natural y del narcotráfico) con la ayuda de un operador de marketing político enviado por la familia Cantón, de nombre Mentor Tijerina.
El hotel abrió sus puertas y no tardó mucho en suscitarse el primer escándalo; la trabajadora María Elena Peña, denunció que había sido obligada a renunciar por oponerse a que se instalaran videocámaras en las suites y baños del hotel. El testimonio de la joven se encuentra disponible en la siguiente dirección web: http://hoteldelamafiacanton.blogspot.com.
(ENCUENTRE UNA VERSION DESCARGABLE DEL LIBRO EN WWW.EDITORIALPUNTOFINAL.COM)
sábado, 5 de julio de 2008
miércoles, 25 de junio de 2008
LA MAFIA CANTON ZETINA: CAPOS DE PAPEL.

Hace muchos años en Villahermosa, Tabasco, venían ocurriendo cosas especiales. Muchos crímenes sin resolver, cargamentos de coca incautados pero sin detenidos, nuevos multimillonarios, trabajadores silenciados.... y todo coincidía con un apellido que nadie se atrevía a susurrar pero que los secretos gritaban: Los Cantón Zetina.
Tengo el gusto de presentar LA MAFIA CANTON ZETINA: CAPOS DE PAPEL, mi más reciente obra investigativa. Llevada a cabo durante casi 5 años que me permitieron conocer de primera mano las amenazas, las persecuciones y las historias de mafia protagonizada por una de las más nombradas y poderosas familias de Villahermosa.
Agradezco a Editorial Punto Final su apoyo y a todos aquellos que con sus testimonios hicieron posible la publicación de este trabajo.
domingo, 25 de mayo de 2008
UN FRAGMENTO DE MI NOVELA FAVORITA.
Gabriel García Márquez
Cien años de soledad (fragmento)
" Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construida a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
(...)
José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus trescientos habitantes. Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto.
(...)
Vio una mujer vestida de oro en el cogote de un elefante. Vio un dromedario triste. Vio un oso vestido de holandesa que marcaba el compás de la música con un cucharón y una cacerola. Vio a los payasos haciendo maromas en la cola del desfile, y le vio otra vez la cara a su soledad miserable cuando todo acabó de pasar, y no quedó sino el luminoso espacio en la calle, y el aire lleno de hormigas voladoras, y unos cuantos curiosos asomados al precipicio de la incertidumbre. Entonces fue el castaño, pensando en el circo, y mientras orinaba trató de seguir pensando en el circo, pero ya no encontró el recuerdo. Metió la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño.
(...)
En aquél Macondo olvidado hasta por los pájaros, dónde el polvo y el calor se habían hecho tan tenaces que costaba trabajo respirar, recluidos por la soledad y el amor y por la soledad del amor en una casa dónde era casi imposible dormir por el estruendo de las hormigas coloradas, Aureliano y Amaranta Ursula eran los únicos seres felices, y los más felices sobre la tierra. "
GRACIAS MAESTRO. GRACIAS GABO.
Cien años de soledad (fragmento)
" Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construida a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
(...)
José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus trescientos habitantes. Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto.
(...)
Vio una mujer vestida de oro en el cogote de un elefante. Vio un dromedario triste. Vio un oso vestido de holandesa que marcaba el compás de la música con un cucharón y una cacerola. Vio a los payasos haciendo maromas en la cola del desfile, y le vio otra vez la cara a su soledad miserable cuando todo acabó de pasar, y no quedó sino el luminoso espacio en la calle, y el aire lleno de hormigas voladoras, y unos cuantos curiosos asomados al precipicio de la incertidumbre. Entonces fue el castaño, pensando en el circo, y mientras orinaba trató de seguir pensando en el circo, pero ya no encontró el recuerdo. Metió la cabeza entre los hombros, como un pollito, y se quedó inmóvil con la frente apoyada en el tronco del castaño.
(...)
En aquél Macondo olvidado hasta por los pájaros, dónde el polvo y el calor se habían hecho tan tenaces que costaba trabajo respirar, recluidos por la soledad y el amor y por la soledad del amor en una casa dónde era casi imposible dormir por el estruendo de las hormigas coloradas, Aureliano y Amaranta Ursula eran los únicos seres felices, y los más felices sobre la tierra. "
GRACIAS MAESTRO. GRACIAS GABO.
lunes, 31 de marzo de 2008
LA OBRA DE UNO DE MIS GRANDES AMIGOS: ALBERTO CERRITEñO
Mi amigo Alberto, ilustrador y diseñador mexicano. Tuve la oportunidad de conocer su obra en Los Estados Unidos. Cada una de sus obras me hacía sentir más cerca de casa. Su trabajo es inspirado por el colorido, la riqueza de las texturas y el espíritu de la inigualable estética visual que mi país ofrece. A él, en mi humilde blog, este pequeño homenaje a su gran obra.









sábado, 28 de abril de 2007
EL SEXO POR ISABEL ALLENDE
Mi vida sexual comenzó temprano, más o menos a los cinco años, en el kindergarten de las monjas ursulinas, en Santiago de Chile. Supongo que hasta entonces había permanecido en el limbo de la inocencia, pero no tengo recuerdos de aquella prístina edad anterior al sexo. Mi primera experiencia consistió en tragarme casualmente una pequeña muñeca de plástico.
-Te crecerá adentro, te pondrás redonda y después te nacerá un bebé - me explicó mi mejor amiga, que acababa de tener un hermanito. ¡Un hijo! Era lo último que deseaba.
Siguieron días terribles, me dio fiebre, perdí el apetito, vomitaba. Mi amiga confirmó que los síntomas, eran iguales a los de su mamá. Por fin una monja me obligó a confesar la verdad.
-Estoy embarazada -admití hipando.
Me vi cogida de un brazo y llevada por el aire hasta la oficina de la Madre Superiora.
Así comenzó mi horror por las muñecas y mi curiosidad por ese asunto misterioso cuyo solo nombre era impronunciable: sexo.
Las niñas de mi generación carecíamos de instinto sexual, eso lo inventaron Master y Johnson mucho después. Sólo los varones padecían de ese mal que podía conducirlos al infierno y que hacía de ellos unos faunos en potencia durante todas sus vidas.
Cuando una hacía alguna pregunta escabrosa, había dos tipos de respuesta, según la madre que nos tocara en suerte. La explicación tradicional era la cigüeña que venía de París y la moderna era sobre flores y abejas. Mi madre era moderna, pero la relación entre el polen y la muñeca en mi barriga me resultaba poco clara.
A los siete años me prepararon para la Primera Comunión. Antes de recibir la hostia había que confesarse. Me llevaron a la iglesia, me arrodillé detrás de una cortina de felpa negra y traté de recordar mi lista de pecados, pero se me olvidaron todos.
En medio de la oscuridad y el olor a incienso escuché una voz con acento de Galicia.
-¿Te has tocado el cuerpo con las manos?
-Sí, padre.
-¿A menudo, hija?
-Todos los días...
-¡Todos los días! ¡Esa es una ofensa gravísima a los ojos de Dios, la pureza es la mayor virtud de una niña, debes prometer que no lo harás más! Prometí, claro, aunque no imaginaba cómo podría lavarme la cara o cepillarme los dientes sin tocarme el cuerpo con las manos. (Este traumático episodio me sirvió para 'Eva Luna', treinta y tantos años más tarde. Una nunca sabe para qué se está entrenando).
Nací al sur del mundo, durante la Segunda Guerra Mundial en el seno de una familia emancipada e intelectual en algunos aspectos y casi paleolítica en otros.. Me crié en el hogar de mis abuelos, una casa estrafalaria donde deambulaban los fantasmas invocados por mi abuela con su mesa de tres patas. Vivían allí dos tíos solteros, un poco excéntricos, como casi todos los miembros de mi familia. Uno de ellos había viajado a la India y le quedó el gusto por los asuntos de los fakires, andaba apenas cubierto por un taparrabos recitando los 999 nombres de Dios en sánscrito.
El otro era un personaje adorable, peinado como Carlos Gardel y amante apasionado de la lectura. (Ambos sirvieron de modelos -algo exagerados, lo admito- para Jaime y Nicolás en 'La casa de los espíritus'). La casa estaba llena de libros, se amontonaban por todas partes, crecían como una flora indomable, se reproducían ante nuestros ojos.
Nadie censuraba o guiaba mis lecturas y así leí al Marqués de Sade, pero creo que era un texto muy avanzado para mi edad el autor daba por sabidas cosas que yo ignoraba por completo, me faltaban referencias elementales.
El único hombre que había visto desnudo era mi tío, el fakir, sentado en el patio contemplando la luna y me sentí algo defraudada por ese pequeño apéndice que cabía holgadamente en mi estuche de lápices de colores. ¿Tanto alboroto por eso? A los once años yo vivía en Bolivia. Mi madre se había casado con un diplomático, hombre de ideas avanzadas, que me puso en un colegio mixto. Tardé meses en acostumbrarme a convivir con varones, andaba siempre con las orejas rojas y me enamoraba todos los días de uno diferente.
Los muchachos eran unos salvajes cuyas actividades se limitaban al fútbol y las peleas del recreo, pero mis compañeras estaban en la edad de medirse el contorno del busto y anotar en una libreta los besos que recibían. Había que especificar detalles: quién, dónde, cómo. Había algunas afortunadas que podían escribir:' Felipe, en el baño, con lengua.'
Yo fingía que esas cosas no me interesaban, me vestía de hombre y me trepaba a los árboles para disimular que era casi enana y menos sexy que un pollo. En la clase de biología nos enseñaban algo de anatomía y el proceso de fabricación de los bebés, pero era muy difícil imaginarlo. Lo más atrevido que llegamos a ver en una ilustración fue una madre amamantando a un recién nacido. De lo demás no sabíamos nada y nunca nos mencionaron el placer, así es que el meollo del asunto se nos escapaba ¿por qué los adultos hacían esa cochinada?
La erección era un secreto bien guardado por los muchachos, tal como la menstruación lo era por las niñas. La literatura me parecía evasiva y yo no iba al cine, pero dudo que allí se pudiera ver algo erótico en esa época. Las relaciones con los muchachos consistían en empujones, manotazos y recados de las amigas: dice el Keenan que quiere darte un beso, dile que sí pero con los ojos cerrados, dice que ahora ya no tiene ganas, dile que es un estúpido, dice que más estúpida eres tú y así nos pasábamos todo el año escolar. La máxima intimidad consistía en masticar por turnos el mismo chicle. Una vez pude luchar cuerpo a cuerpo con el famoso Keenan, un pelirrojo a quien todas las niñas amábamos en secreto. Me sacó sangre de narices, pero esa mole pecosa y jadeante aplastándome contra las piedras del patio, es uno de los recuerdos más excitantes de mi vida.
En otra ocasión me invitó a bailar en una fiesta. A La Paz no había llegado el impacto del rock que empezaba a sacudir al mundo, todavía nos arrullaban Nat King Cole y Bing Crosby (¡Oh, Dios! ¿Era eso la prehistoria? ). Se bailaba abrazados, a veces chic-to-chic, pero yo era tan diminuta que mi mejilla apenas alcanzaba la hebilla del cinturón de cualquier joven normal. Keenan me apretó un poco y sentí algo duro a la altura del bolsillo de su pantalón y de mis costillas. Le di unos golpecitos con las puntas de los dedos y le pedí que se quitara las llaves, porque me hacían daño. Salió corriendo y no regresó a la fiesta. Ahora, que conozco más de la naturaleza humana, la única explicación que se me ocurre para su comportamiento es que tal vez no eran las llaves.
En 1956 mi familia se había trasladado al Líbano y yo había vuelto a un colegio de señoritas, esta vez a una escuela inglesa cuáquera, donde el sexo simplemente no existía, había sido suprimido del universo por la flema británica y el celo de los predicadores. Beirut era la perla del Medio Oriente. En esa ciudad se depositaban las fortunas de los jeques, había sucursales de las tiendas de los más famosos modistos y joyeros de Europa, los Cadillac con ribetes de oro puro circulaban en las calles junto a camellos y mulas.
Muchas mujeres ya no usaban velo y algunas estudiantes se ponían pantalones, pero todavía existía esa firme línea fronteriza que durante milenios separó a los sexos. La sensualidad impregnaba el aire, flotaba como el olor a manteca de cordero, el calor del mediodía y el canto del muecín convocando a la oración desde el alminar. El deseo, la lujuria, lo prohibido...
Las niñas no salían solas y los niños también debían cuidarse. Mi padrastro les entregó largos alfileres de sombrero a mis hermanos, para que se defendieran de los pellizcos en la calle. En el recreo del colegio pasaban de mano en mano foto-novelas editadas en la India con traducción al francés, una versión muy manoseada de 'El amante de Lady Chaterley' y pocket-books sobre orgías de Calígula.
Mi padrastro tenía 'Las 'Mil y Una Noches' bajo llave en su armario, pero yo descubrí la manera de abrir el mueble y leer a escondidas trozos de esos magníficos libros de cuero rojo con letras de oro. Me zambullí en el mundo sin retorno de la fantasía, guiada por huríes de piel de leche, genios que habitaban en las botellas y príncipes dotados de un inagotable entusiasmo para hacer el amor. Todo lo que había a mi alrededor invitaba a la sensualidad y mis hormonas estaban a punto de explotar como granadas, pero en Beirut vivía prácticamente encerrada.
Las niñas decentes no hablaban siquiera con muchachos, a pesar de lo cual tuve un amigo, hijo de un mercader de alfombras, que me visitaba para tomar Coca-Cola en la terraza. Era tan rico, que tenía motoneta con chófer. Entre la vigilancia de mi madre y la de su chófer, nunca tuvimos ocasión de estar solos.
Yo era plana. Ahora no tiene importancia, pero en los cincuenta eso era una tragedia, los senos eran considerados la esencia de la feminidad. La moda se encargaba de resaltarlos: sweater ceñido, cinturón ancho de elástico, faldas infladas con vuelos almidonados. Una mujer pechugona tenía el futuro asegurado. Los modelos eran Jane Mansfield, Gina Lollobrigida, Sofía Loren. Qué podía hacer una chica sin pechos? Ponerse rellenos. Eran dos medias esferas de goma que a la menor presión se hundían sin que una lo percibiera. Se volvían súbitamente cóncavos, hasta que de pronto se escuchaba un terrible plop-plop y las gomas volvían a su posición original, paralizando al pretendiente que estuviera cerca y sumiendo a la usuaria en atroz humillación. También se desplazaban y podía quedar una sobre el esternón y la otra bajo el brazo, o ambas flotando en la alberca detrás de la nadadora.
En 1958 el Líbano estaba amenazado por la guerra civil. Después de la crisis del Canal de Suez se agudizaron las rivalidades entre los sectores musulmanes, inspirados en la política pan arábiga de Gamal Abder Nasser, y el gobierno cristiano. El Presidente Camile Chamoun pidió ayuda a Eisenhower y en julio desembarcó la VI Flota norteamericana. De los portaaviones desembarcaron cientos de marines bien nutridos y ávidos de sexo. Los padres redoblaron la vigilancia de sus hijas, pero era imposible evitar que los jóvenes se encontraran.
Me escapé del colegio para ir a bailar con los yanquis. Experimenté la borrachera del pecado y del rockn'roll. Por primera vez mi escaso tamaño resultaba ventajoso, porque con una sola mano los fornidos marines podían lanzarme por el aire, darme dos vueltas sobre sus cabezas rapadas y arrastrarme por el suelo al ritmo de la guitarra frenética de Elvis Presley. Entre dos volteretas recibí el primer beso de mi carrera y su sabor a cerveza y a Ketchup me duró dos años. Los disturbios en el Líbano obligaron a mi padrastro a enviar a los niños de regreso a Chile. Otra vez viví en la casa de mi abuelo.
A los quince años, cuando planeaba meterme a monja para disimular que me quedaría solterona, un joven me distinguió por allí abajo, sobre el dibujo de la alfombra, y me sonrió. Creo que le divertía mi aspecto. Me colgué de su cintura y no lo solté hasta cinco años después, cuando por fin aceptó casarse conmigo.
La píldora anticonceptiva ya se había inventado, pero en Chile todavía se hablaba de ella en susurros. Se suponía que el sexo era para los hombres y el romance para las mujeres, ellos debían seducirnos para que les diéramos la prueba de amor' y nosotras debíamos resistir para llegar 'puras' al matrimonio, aunque dudo que muchas lo lograran.
No sé exactamente cómo tuve dos hijos. Y entonces sucedió lo que todos esperábamos desde hacía varios años. La ola de liberación de los sesenta recorrió América del Sur y llegó hasta ese rincón al final del continente donde yo vivía. Arte pop, mini-falda, droga, sexo, bikini y los Beattles. Todas imitábamos a Brigitte Bardot, despeinada, con los labios hinchados y una blusita miserable a punto de reventar bajo la presión de su feminidad.
De pronto un revés inesperado: se acabaron las exuberantes divas francesas o italianas, la moda impuso a la modelo inglesa Twiggy, una especie de hermafrodita famélico. Para entonces a mí me habían salido pechugas, así es que de nuevo me encontré al lado opuesto del estereotipo. Se hablaba de orgías, intercambio de parejas, pornografía. Sólo se hablaba, yo nunca las vi. Los homosexuales salieron de la oscuridad, sin embargo yo cumplí 28 años sin imaginar cómo lo hacen. Surgieron los movimientos feministas y tres o cuatro mujeres nos sacamos el sostén, lo ensartamos en un palo de escoba y salimos a desfilar, pero como nadie nos siguió, regresamos abochornadas a nuestras casas. Florecieron los hippies y durante varios años anduve vestida con harapos y abalorios de la India. Intenté fumar mariguana pero después de aspirar seis cigarros sin volar ni un poco, comprendí que era un esfuerzo inútil.
Paz y amor. Sobre todo amor libre, aunque para mí llegaba tarde, porque estaba irremisiblemente casada. Mi primer reportaje en la revista donde trabajaba fue un escándalo. Durante una cena en casa de un renombrado político, alguien me felicitó por un artículo de humor que había publicado y preguntó si no pensaba escribir algo en serio. Respondí lo primero que me vino a la mente: sí, me gustaría entrevistar a una mujer infiel.
Hubo un silencio gélido en la mesa y luego la conversación derivó hacia la comida.. Pero a la hora del café la dueña de casa -treinta y ocho años, delgada, ejecutiva en una oficina gubernamental, traje Chanel- me llevó aparte y me dijo que sí le juraba guardar el secreto de su identidad, ella aceptaba ser entrevistada. Al día siguiente me presenté en su oficina con una grabadora. Me contó que era infiel porque disponía de tiempo libre después de almuerzo, porque el sexo era bueno para el ánimo, la salud y la propia estima y porque los hombres no estaban tan mal, después de todo.
Es decir, por las mismas razones de tantos maridos infieles, posiblemente el suyo entre ellos. No estaba enamorada, no sufría ninguna culpa, mantenía una discreta garçonière que compartía con dos amigas tan liberadas cómo ella. Mi conclusión, después de un simple cálculo matemático, fue que las mujeres son tan infieles como los hombres, porque sino ¿con quién lo hacen ellos? No puede ser solo entre ellos o todos siempre con el mismo puñado de voluntarias.
Nadie perdonó el reportaje, como tal vez lo hubieran hecho si la entrevistada tuviera un marido en silla de ruedas y un amante desesperado. El placer sin culpa ni excusas resultaba inaceptable en una mujer. A la revista llegaron cientos de cartas insultándonos. Aterrada, la directora me ordenó escribir un artículo sobre 'la mujer fiel'. Todavía estoy buscando una que lo sea por buenas razones. Eran tiempos de desconcierto y confusión para las mujeres de mi edad. Leíamos el Informe Kinsey, el Kamasutra y los libros de las feministas norteamericanas, pero no lográbamos sacudirnos la moralina en que nos habían criado.
Los hombres todavía exigían lo que no estaba dispuestos a ofrecer, es decir, que sus novias fueran vírgenes y sus esposas castas. Las parejas entraron en crisis, casi todas mis amistades se separaron. En Chile no hay divorcio, lo cual facilita las cosas, porque la gente se separa y se junta sin trámites burocráticos. Yo tenía un buen matrimonio y drenaba la mayor parte de mis inquietudes en mi trabajo. Mientras en la casa actuaba como madre y esposa abnegada, en la revista y en mi programa de televisión aprovechaba cualquier excusa para hacer en público lo que no me atrevía a hacer en privado, por ejemplo, disfrazarme de corista, con plumas de avestruz en el trasero y una esmeralda de vidrio pegada en el ombligo.
En 1975 mi familia y yo abandonamos Chile, porque no podíamos seguir viviendo bajo la dictadura del General Pinochet. El apogeo de la liberación sexual nos sorprendió en Venezuela, un país cálido, donde la sensualidad se expresa sin subterfugios. En las playas se ven machos bigotudos con unos bikinis diseñados para resaltar lo que contienen. Las mujeres más hermosas del mundo (ganan todos los concursos de belleza), caminan por la calle buscando guerra, al son de una música secreta que llevan en las caderas.
En la primera mitad de los 80 no se podía ver ninguna película, excepto las de Walt Disney, sin que aparecieran por lo menos dos criaturas copulando. Hasta en los documentales científicos había amebas o pingüinos que lo hacían. Fui con mi madre a ver 'El Imperio de los Sentidos' y no se inmutó. Mi padrastro les prestaba sus famosos libros eróticos a los nietos, porque resultaban de una ingenuidad conmovedora comparados con cualquier revista que podían comprar en los kioscos.
Había que estudiar mucho para salir airosa de las preguntas de los hijos (mamá ¿qué es pedofilia?) y fingir naturalidad cuando las criaturas inflaban condones y los colgaban como globos en las fiestas de cumpleaños. Ordenando el closet de mi hijo adolescente encontré un libro forrado en papel marrón y con mi larga experiencia adiviné el contenido antes de abrirlo. No me equivoqué, era uno de esos modernos manuales que se cambian en el colegio por estampas de futbolistas.
Al ver a dos amantes frotándose con mousse de salmón me di cuenta de todo lo que me había perdido en la vida. ¡Tantos años cocinando y desconocía los múltiples usos del salmón! ¿En que habíamos estado mi marido y yo durante todo ese tiempo? Ni siquiera teníamos un espejo en el techo del dormitorio.
Decidimos ponernos al día, pero después de algunas contorsiones muy peligrosas -como comprobamos más tarde en las radiografías de columna- amanecimos echándonos linimento en las articulaciones, en vez de mousse en el punto G.
Cuando mi hija Paula terminó el colegio entró a estudiar Psicología con especialización en sexualidad humana. Le advertí que era una imprudencia, que su vocación no sería bien comprendida, no estábamos en Suecia. Pero ella insistió. Paula tenia un novio siciliano cuyos planes eran casarse por la iglesia y engendrar muchos hijos, una vez que ella aprendiera a cocinar pasta.
Físicamente mi hija engañaba a cualquiera, parecía una virgen de Murillo, grácil, dulce, de pelo largo y ojos lánguidos, nadie imaginaría que era experta en esas cosas. En medio del Seminario de Sexualidad yo hice un viaje a Holanda y ella me llamó por teléfono para pedirme que le trajera cierto material de estudio. Tuve que ir con una lista en la mano a una tienda en Ámsterdam y comprar unos artefactos de goma rosada en forma de plátanos. Eso no fue lo más bochornoso. Lo peor fue cuando en la aduana de Caracas me abrieron la maleta y tuve que explicar que no eran para mí, sino para mi hija.
Paula empezó a circular por todas partes con una maleta de juguetes pornográficos y el siciliano perdió la paciencia. Su argumento me pareció razonable: no estaba dispuesto a soportar que su novia anduviera midiéndole los orgasmos a otras personas. Mientras duraron los cursos, en casa vimos videos con todas las combinaciones posibles: mujeres con burros, parapléjicos con sordomudas, tres chinas y un anciano, etc.
Venían a tomar el té transexuales, lesbianas, necrofílicos, onanistas, y mientras la virgen de Murillo ofrecía pastelitos, yo aprendía cómo los cirujanos convierten a un hombre en mujer mediante un trozo de tripa. La verdad es que pasé años preparándome para cuando nacieran mis nietos. Compré botas con tacones de estilete, látigos de siete puntas, muñecas infladas con orificios practicables y bálsamos afrodisíacos, aprendí de memoria las posiciones sagradas del erotismo hindú y cuando empezaba a entrenar al perro para fotos artísticas, apareció el Sida y la liberación sexual se fue al diablo.
En menos de un año todo cambió. Mi hijo Nicolás ¡ya se cortó los mechones verdes que coronaban su cabeza, se quitó sus catorce alfileres de las orejas y decidió que era más sano vivir en pareja monogámica. Paula abandonó la sexología, porque parece que ya no era rentable, y en cambio se propuso hacer una maestría en educación cognoscitiva y aprender a cocinar pasta con la esperanza de encontrar otro novio.
Lo encontró, se casaron y luego vino la muerte y se la llevó, pero esa es otra historia.
Yo compré ositos de peluche para los futuros nietos, me comí la mousse de salmón y ahora cuido mis flores y mis abejas.
-Te crecerá adentro, te pondrás redonda y después te nacerá un bebé - me explicó mi mejor amiga, que acababa de tener un hermanito. ¡Un hijo! Era lo último que deseaba.
Siguieron días terribles, me dio fiebre, perdí el apetito, vomitaba. Mi amiga confirmó que los síntomas, eran iguales a los de su mamá. Por fin una monja me obligó a confesar la verdad.
-Estoy embarazada -admití hipando.
Me vi cogida de un brazo y llevada por el aire hasta la oficina de la Madre Superiora.
Así comenzó mi horror por las muñecas y mi curiosidad por ese asunto misterioso cuyo solo nombre era impronunciable: sexo.
Las niñas de mi generación carecíamos de instinto sexual, eso lo inventaron Master y Johnson mucho después. Sólo los varones padecían de ese mal que podía conducirlos al infierno y que hacía de ellos unos faunos en potencia durante todas sus vidas.
Cuando una hacía alguna pregunta escabrosa, había dos tipos de respuesta, según la madre que nos tocara en suerte. La explicación tradicional era la cigüeña que venía de París y la moderna era sobre flores y abejas. Mi madre era moderna, pero la relación entre el polen y la muñeca en mi barriga me resultaba poco clara.
A los siete años me prepararon para la Primera Comunión. Antes de recibir la hostia había que confesarse. Me llevaron a la iglesia, me arrodillé detrás de una cortina de felpa negra y traté de recordar mi lista de pecados, pero se me olvidaron todos.
En medio de la oscuridad y el olor a incienso escuché una voz con acento de Galicia.
-¿Te has tocado el cuerpo con las manos?
-Sí, padre.
-¿A menudo, hija?
-Todos los días...
-¡Todos los días! ¡Esa es una ofensa gravísima a los ojos de Dios, la pureza es la mayor virtud de una niña, debes prometer que no lo harás más! Prometí, claro, aunque no imaginaba cómo podría lavarme la cara o cepillarme los dientes sin tocarme el cuerpo con las manos. (Este traumático episodio me sirvió para 'Eva Luna', treinta y tantos años más tarde. Una nunca sabe para qué se está entrenando).
Nací al sur del mundo, durante la Segunda Guerra Mundial en el seno de una familia emancipada e intelectual en algunos aspectos y casi paleolítica en otros.. Me crié en el hogar de mis abuelos, una casa estrafalaria donde deambulaban los fantasmas invocados por mi abuela con su mesa de tres patas. Vivían allí dos tíos solteros, un poco excéntricos, como casi todos los miembros de mi familia. Uno de ellos había viajado a la India y le quedó el gusto por los asuntos de los fakires, andaba apenas cubierto por un taparrabos recitando los 999 nombres de Dios en sánscrito.
El otro era un personaje adorable, peinado como Carlos Gardel y amante apasionado de la lectura. (Ambos sirvieron de modelos -algo exagerados, lo admito- para Jaime y Nicolás en 'La casa de los espíritus'). La casa estaba llena de libros, se amontonaban por todas partes, crecían como una flora indomable, se reproducían ante nuestros ojos.
Nadie censuraba o guiaba mis lecturas y así leí al Marqués de Sade, pero creo que era un texto muy avanzado para mi edad el autor daba por sabidas cosas que yo ignoraba por completo, me faltaban referencias elementales.
El único hombre que había visto desnudo era mi tío, el fakir, sentado en el patio contemplando la luna y me sentí algo defraudada por ese pequeño apéndice que cabía holgadamente en mi estuche de lápices de colores. ¿Tanto alboroto por eso? A los once años yo vivía en Bolivia. Mi madre se había casado con un diplomático, hombre de ideas avanzadas, que me puso en un colegio mixto. Tardé meses en acostumbrarme a convivir con varones, andaba siempre con las orejas rojas y me enamoraba todos los días de uno diferente.
Los muchachos eran unos salvajes cuyas actividades se limitaban al fútbol y las peleas del recreo, pero mis compañeras estaban en la edad de medirse el contorno del busto y anotar en una libreta los besos que recibían. Había que especificar detalles: quién, dónde, cómo. Había algunas afortunadas que podían escribir:' Felipe, en el baño, con lengua.'
Yo fingía que esas cosas no me interesaban, me vestía de hombre y me trepaba a los árboles para disimular que era casi enana y menos sexy que un pollo. En la clase de biología nos enseñaban algo de anatomía y el proceso de fabricación de los bebés, pero era muy difícil imaginarlo. Lo más atrevido que llegamos a ver en una ilustración fue una madre amamantando a un recién nacido. De lo demás no sabíamos nada y nunca nos mencionaron el placer, así es que el meollo del asunto se nos escapaba ¿por qué los adultos hacían esa cochinada?
La erección era un secreto bien guardado por los muchachos, tal como la menstruación lo era por las niñas. La literatura me parecía evasiva y yo no iba al cine, pero dudo que allí se pudiera ver algo erótico en esa época. Las relaciones con los muchachos consistían en empujones, manotazos y recados de las amigas: dice el Keenan que quiere darte un beso, dile que sí pero con los ojos cerrados, dice que ahora ya no tiene ganas, dile que es un estúpido, dice que más estúpida eres tú y así nos pasábamos todo el año escolar. La máxima intimidad consistía en masticar por turnos el mismo chicle. Una vez pude luchar cuerpo a cuerpo con el famoso Keenan, un pelirrojo a quien todas las niñas amábamos en secreto. Me sacó sangre de narices, pero esa mole pecosa y jadeante aplastándome contra las piedras del patio, es uno de los recuerdos más excitantes de mi vida.
En otra ocasión me invitó a bailar en una fiesta. A La Paz no había llegado el impacto del rock que empezaba a sacudir al mundo, todavía nos arrullaban Nat King Cole y Bing Crosby (¡Oh, Dios! ¿Era eso la prehistoria? ). Se bailaba abrazados, a veces chic-to-chic, pero yo era tan diminuta que mi mejilla apenas alcanzaba la hebilla del cinturón de cualquier joven normal. Keenan me apretó un poco y sentí algo duro a la altura del bolsillo de su pantalón y de mis costillas. Le di unos golpecitos con las puntas de los dedos y le pedí que se quitara las llaves, porque me hacían daño. Salió corriendo y no regresó a la fiesta. Ahora, que conozco más de la naturaleza humana, la única explicación que se me ocurre para su comportamiento es que tal vez no eran las llaves.
En 1956 mi familia se había trasladado al Líbano y yo había vuelto a un colegio de señoritas, esta vez a una escuela inglesa cuáquera, donde el sexo simplemente no existía, había sido suprimido del universo por la flema británica y el celo de los predicadores. Beirut era la perla del Medio Oriente. En esa ciudad se depositaban las fortunas de los jeques, había sucursales de las tiendas de los más famosos modistos y joyeros de Europa, los Cadillac con ribetes de oro puro circulaban en las calles junto a camellos y mulas.
Muchas mujeres ya no usaban velo y algunas estudiantes se ponían pantalones, pero todavía existía esa firme línea fronteriza que durante milenios separó a los sexos. La sensualidad impregnaba el aire, flotaba como el olor a manteca de cordero, el calor del mediodía y el canto del muecín convocando a la oración desde el alminar. El deseo, la lujuria, lo prohibido...
Las niñas no salían solas y los niños también debían cuidarse. Mi padrastro les entregó largos alfileres de sombrero a mis hermanos, para que se defendieran de los pellizcos en la calle. En el recreo del colegio pasaban de mano en mano foto-novelas editadas en la India con traducción al francés, una versión muy manoseada de 'El amante de Lady Chaterley' y pocket-books sobre orgías de Calígula.
Mi padrastro tenía 'Las 'Mil y Una Noches' bajo llave en su armario, pero yo descubrí la manera de abrir el mueble y leer a escondidas trozos de esos magníficos libros de cuero rojo con letras de oro. Me zambullí en el mundo sin retorno de la fantasía, guiada por huríes de piel de leche, genios que habitaban en las botellas y príncipes dotados de un inagotable entusiasmo para hacer el amor. Todo lo que había a mi alrededor invitaba a la sensualidad y mis hormonas estaban a punto de explotar como granadas, pero en Beirut vivía prácticamente encerrada.
Las niñas decentes no hablaban siquiera con muchachos, a pesar de lo cual tuve un amigo, hijo de un mercader de alfombras, que me visitaba para tomar Coca-Cola en la terraza. Era tan rico, que tenía motoneta con chófer. Entre la vigilancia de mi madre y la de su chófer, nunca tuvimos ocasión de estar solos.
Yo era plana. Ahora no tiene importancia, pero en los cincuenta eso era una tragedia, los senos eran considerados la esencia de la feminidad. La moda se encargaba de resaltarlos: sweater ceñido, cinturón ancho de elástico, faldas infladas con vuelos almidonados. Una mujer pechugona tenía el futuro asegurado. Los modelos eran Jane Mansfield, Gina Lollobrigida, Sofía Loren. Qué podía hacer una chica sin pechos? Ponerse rellenos. Eran dos medias esferas de goma que a la menor presión se hundían sin que una lo percibiera. Se volvían súbitamente cóncavos, hasta que de pronto se escuchaba un terrible plop-plop y las gomas volvían a su posición original, paralizando al pretendiente que estuviera cerca y sumiendo a la usuaria en atroz humillación. También se desplazaban y podía quedar una sobre el esternón y la otra bajo el brazo, o ambas flotando en la alberca detrás de la nadadora.
En 1958 el Líbano estaba amenazado por la guerra civil. Después de la crisis del Canal de Suez se agudizaron las rivalidades entre los sectores musulmanes, inspirados en la política pan arábiga de Gamal Abder Nasser, y el gobierno cristiano. El Presidente Camile Chamoun pidió ayuda a Eisenhower y en julio desembarcó la VI Flota norteamericana. De los portaaviones desembarcaron cientos de marines bien nutridos y ávidos de sexo. Los padres redoblaron la vigilancia de sus hijas, pero era imposible evitar que los jóvenes se encontraran.
Me escapé del colegio para ir a bailar con los yanquis. Experimenté la borrachera del pecado y del rockn'roll. Por primera vez mi escaso tamaño resultaba ventajoso, porque con una sola mano los fornidos marines podían lanzarme por el aire, darme dos vueltas sobre sus cabezas rapadas y arrastrarme por el suelo al ritmo de la guitarra frenética de Elvis Presley. Entre dos volteretas recibí el primer beso de mi carrera y su sabor a cerveza y a Ketchup me duró dos años. Los disturbios en el Líbano obligaron a mi padrastro a enviar a los niños de regreso a Chile. Otra vez viví en la casa de mi abuelo.
A los quince años, cuando planeaba meterme a monja para disimular que me quedaría solterona, un joven me distinguió por allí abajo, sobre el dibujo de la alfombra, y me sonrió. Creo que le divertía mi aspecto. Me colgué de su cintura y no lo solté hasta cinco años después, cuando por fin aceptó casarse conmigo.
La píldora anticonceptiva ya se había inventado, pero en Chile todavía se hablaba de ella en susurros. Se suponía que el sexo era para los hombres y el romance para las mujeres, ellos debían seducirnos para que les diéramos la prueba de amor' y nosotras debíamos resistir para llegar 'puras' al matrimonio, aunque dudo que muchas lo lograran.
No sé exactamente cómo tuve dos hijos. Y entonces sucedió lo que todos esperábamos desde hacía varios años. La ola de liberación de los sesenta recorrió América del Sur y llegó hasta ese rincón al final del continente donde yo vivía. Arte pop, mini-falda, droga, sexo, bikini y los Beattles. Todas imitábamos a Brigitte Bardot, despeinada, con los labios hinchados y una blusita miserable a punto de reventar bajo la presión de su feminidad.
De pronto un revés inesperado: se acabaron las exuberantes divas francesas o italianas, la moda impuso a la modelo inglesa Twiggy, una especie de hermafrodita famélico. Para entonces a mí me habían salido pechugas, así es que de nuevo me encontré al lado opuesto del estereotipo. Se hablaba de orgías, intercambio de parejas, pornografía. Sólo se hablaba, yo nunca las vi. Los homosexuales salieron de la oscuridad, sin embargo yo cumplí 28 años sin imaginar cómo lo hacen. Surgieron los movimientos feministas y tres o cuatro mujeres nos sacamos el sostén, lo ensartamos en un palo de escoba y salimos a desfilar, pero como nadie nos siguió, regresamos abochornadas a nuestras casas. Florecieron los hippies y durante varios años anduve vestida con harapos y abalorios de la India. Intenté fumar mariguana pero después de aspirar seis cigarros sin volar ni un poco, comprendí que era un esfuerzo inútil.
Paz y amor. Sobre todo amor libre, aunque para mí llegaba tarde, porque estaba irremisiblemente casada. Mi primer reportaje en la revista donde trabajaba fue un escándalo. Durante una cena en casa de un renombrado político, alguien me felicitó por un artículo de humor que había publicado y preguntó si no pensaba escribir algo en serio. Respondí lo primero que me vino a la mente: sí, me gustaría entrevistar a una mujer infiel.
Hubo un silencio gélido en la mesa y luego la conversación derivó hacia la comida.. Pero a la hora del café la dueña de casa -treinta y ocho años, delgada, ejecutiva en una oficina gubernamental, traje Chanel- me llevó aparte y me dijo que sí le juraba guardar el secreto de su identidad, ella aceptaba ser entrevistada. Al día siguiente me presenté en su oficina con una grabadora. Me contó que era infiel porque disponía de tiempo libre después de almuerzo, porque el sexo era bueno para el ánimo, la salud y la propia estima y porque los hombres no estaban tan mal, después de todo.
Es decir, por las mismas razones de tantos maridos infieles, posiblemente el suyo entre ellos. No estaba enamorada, no sufría ninguna culpa, mantenía una discreta garçonière que compartía con dos amigas tan liberadas cómo ella. Mi conclusión, después de un simple cálculo matemático, fue que las mujeres son tan infieles como los hombres, porque sino ¿con quién lo hacen ellos? No puede ser solo entre ellos o todos siempre con el mismo puñado de voluntarias.
Nadie perdonó el reportaje, como tal vez lo hubieran hecho si la entrevistada tuviera un marido en silla de ruedas y un amante desesperado. El placer sin culpa ni excusas resultaba inaceptable en una mujer. A la revista llegaron cientos de cartas insultándonos. Aterrada, la directora me ordenó escribir un artículo sobre 'la mujer fiel'. Todavía estoy buscando una que lo sea por buenas razones. Eran tiempos de desconcierto y confusión para las mujeres de mi edad. Leíamos el Informe Kinsey, el Kamasutra y los libros de las feministas norteamericanas, pero no lográbamos sacudirnos la moralina en que nos habían criado.
Los hombres todavía exigían lo que no estaba dispuestos a ofrecer, es decir, que sus novias fueran vírgenes y sus esposas castas. Las parejas entraron en crisis, casi todas mis amistades se separaron. En Chile no hay divorcio, lo cual facilita las cosas, porque la gente se separa y se junta sin trámites burocráticos. Yo tenía un buen matrimonio y drenaba la mayor parte de mis inquietudes en mi trabajo. Mientras en la casa actuaba como madre y esposa abnegada, en la revista y en mi programa de televisión aprovechaba cualquier excusa para hacer en público lo que no me atrevía a hacer en privado, por ejemplo, disfrazarme de corista, con plumas de avestruz en el trasero y una esmeralda de vidrio pegada en el ombligo.
En 1975 mi familia y yo abandonamos Chile, porque no podíamos seguir viviendo bajo la dictadura del General Pinochet. El apogeo de la liberación sexual nos sorprendió en Venezuela, un país cálido, donde la sensualidad se expresa sin subterfugios. En las playas se ven machos bigotudos con unos bikinis diseñados para resaltar lo que contienen. Las mujeres más hermosas del mundo (ganan todos los concursos de belleza), caminan por la calle buscando guerra, al son de una música secreta que llevan en las caderas.
En la primera mitad de los 80 no se podía ver ninguna película, excepto las de Walt Disney, sin que aparecieran por lo menos dos criaturas copulando. Hasta en los documentales científicos había amebas o pingüinos que lo hacían. Fui con mi madre a ver 'El Imperio de los Sentidos' y no se inmutó. Mi padrastro les prestaba sus famosos libros eróticos a los nietos, porque resultaban de una ingenuidad conmovedora comparados con cualquier revista que podían comprar en los kioscos.
Había que estudiar mucho para salir airosa de las preguntas de los hijos (mamá ¿qué es pedofilia?) y fingir naturalidad cuando las criaturas inflaban condones y los colgaban como globos en las fiestas de cumpleaños. Ordenando el closet de mi hijo adolescente encontré un libro forrado en papel marrón y con mi larga experiencia adiviné el contenido antes de abrirlo. No me equivoqué, era uno de esos modernos manuales que se cambian en el colegio por estampas de futbolistas.
Al ver a dos amantes frotándose con mousse de salmón me di cuenta de todo lo que me había perdido en la vida. ¡Tantos años cocinando y desconocía los múltiples usos del salmón! ¿En que habíamos estado mi marido y yo durante todo ese tiempo? Ni siquiera teníamos un espejo en el techo del dormitorio.
Decidimos ponernos al día, pero después de algunas contorsiones muy peligrosas -como comprobamos más tarde en las radiografías de columna- amanecimos echándonos linimento en las articulaciones, en vez de mousse en el punto G.
Cuando mi hija Paula terminó el colegio entró a estudiar Psicología con especialización en sexualidad humana. Le advertí que era una imprudencia, que su vocación no sería bien comprendida, no estábamos en Suecia. Pero ella insistió. Paula tenia un novio siciliano cuyos planes eran casarse por la iglesia y engendrar muchos hijos, una vez que ella aprendiera a cocinar pasta.
Físicamente mi hija engañaba a cualquiera, parecía una virgen de Murillo, grácil, dulce, de pelo largo y ojos lánguidos, nadie imaginaría que era experta en esas cosas. En medio del Seminario de Sexualidad yo hice un viaje a Holanda y ella me llamó por teléfono para pedirme que le trajera cierto material de estudio. Tuve que ir con una lista en la mano a una tienda en Ámsterdam y comprar unos artefactos de goma rosada en forma de plátanos. Eso no fue lo más bochornoso. Lo peor fue cuando en la aduana de Caracas me abrieron la maleta y tuve que explicar que no eran para mí, sino para mi hija.
Paula empezó a circular por todas partes con una maleta de juguetes pornográficos y el siciliano perdió la paciencia. Su argumento me pareció razonable: no estaba dispuesto a soportar que su novia anduviera midiéndole los orgasmos a otras personas. Mientras duraron los cursos, en casa vimos videos con todas las combinaciones posibles: mujeres con burros, parapléjicos con sordomudas, tres chinas y un anciano, etc.
Venían a tomar el té transexuales, lesbianas, necrofílicos, onanistas, y mientras la virgen de Murillo ofrecía pastelitos, yo aprendía cómo los cirujanos convierten a un hombre en mujer mediante un trozo de tripa. La verdad es que pasé años preparándome para cuando nacieran mis nietos. Compré botas con tacones de estilete, látigos de siete puntas, muñecas infladas con orificios practicables y bálsamos afrodisíacos, aprendí de memoria las posiciones sagradas del erotismo hindú y cuando empezaba a entrenar al perro para fotos artísticas, apareció el Sida y la liberación sexual se fue al diablo.
En menos de un año todo cambió. Mi hijo Nicolás ¡ya se cortó los mechones verdes que coronaban su cabeza, se quitó sus catorce alfileres de las orejas y decidió que era más sano vivir en pareja monogámica. Paula abandonó la sexología, porque parece que ya no era rentable, y en cambio se propuso hacer una maestría en educación cognoscitiva y aprender a cocinar pasta con la esperanza de encontrar otro novio.
Lo encontró, se casaron y luego vino la muerte y se la llevó, pero esa es otra historia.
Yo compré ositos de peluche para los futuros nietos, me comí la mousse de salmón y ahora cuido mis flores y mis abejas.
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